miércoles, 28 de abril de 2010

<< ¡A-u-u-u-u-hu-huu-huuu!>>.

<< ¡A-u-u-u-u-hu-huu-huuu!>>. Se escuchó en la profundidad del oscuro bosque de Snoway, en una noche de invierno.
Charlotte se despertó asustada, tiesa, como una roca. Agarró silenciosamente la manta que cubría su pálido cuerpo y se tapó la cara. - pensó aterrorizada, e intentó volver a dormir.

- ¡Buenos días, Bella durmiente!- la despertó su hermana, “la plasta”, apartando las cortinas y tirándole de la manta.

- ¡Argg... déjame en paz, plasta!- le contestó Charlotte algo agresiva mientras volvía a taparse con la manta.

- Como quieras... pero si llegas tarde, ¡será por tu culpa, y no la mía!- dijo la hermana saliendo del cuarto de Charlotte.

- << ¡Vaya, un nuevo y aburrido día más! >>- pensó Charlotte con voz gruñona, sin saber que aquel día iba a cambiarle la vida.

Era a tercera hora, y a Charlotte le tocaba Geografía e Historia con la profesora más amargada y aburrida del mundo, la Srt. Blackground. Charlotte, como siempre, estaba medio dormida en su pupitre, que estaba lleno de garabatos y dibujos góticos.
De pronto, entró el director, el Sr. Jackson. Detrás de él se encontraba un misterioso chico de unos 17 años. Tenía el pelo negro, ojos azules zafiro, la piel blanca y pálida, era muy alto y delgado.

- ¡Buenos días, chicos! Este es vuestro nuevo compañero de clase, ¡Shy Williams!- dijo el Sr. Jackson señalando al chico.

Todos se callaron. Hubo un silencio que, incluso, asustaba.

- Hola... – dijo Shy silenciosamente dirigiéndose a su nuevo sitio, justo al lado de Charlotte.

Charlotte se quedó con la boca abierta, mirándole fijamente a los ojos. Pero cuando Shy le sonrió, agachó la mirada y se hizo la desinteresada.
Al llegar a casa del instituto, Charlotte tiró su mochila en una esquina de su habitación, se tiró en la cama, encendió su iPod y se puso a escuchar a su grupo favorito “30 seconds to Mars”. No dejaba de pensar en aquel misterioso chico, y sintió una extraña necesidad de estar a su lado, de verle, de olerle... algo que nunca había sentido. Pensó que debía de estar loca o algo por el estilo.
Bajó al salón para ver la tele y distraerse un poco. Pero estaba ocupada por la hermana. Aunque a ella, le daba absolutamente igual; por lo que cogió el mando y cambió de canal.

- ¡Eh, pero qué haces! Estaba viendo Hanna Montana.- protestó la hermana.

- ¿Y?- contestó Charlotte.

- ¡Argg... te odio!- le gritó la hermana a Charlotte. Pero no le hizo ningún caso.

De repente, el programa fue interrumpido por una nueva e importante noticia. Una pareja fue asesinada brutalmente por unos feroces animales desconocidos, por lo que se prohíbe entrar en el bosque se Snoway.

Aquella noche, Charlotte soñó con él, con Shy. Soñó que se fugaron de casa, que se abrazaban... Charlotte se despertó y se extrañó que soñara aquello, ya que normalmente soñaba con que torturaba o humillaba a las pijas de su instituto. Pero tuvo unas ganas tremendas que cerrar los ojos y volverlo a soñar.

Al día siguiente, en el instituto, Charlotte estaba dibujando a una mujer loba en su pupitre.

- Que bonito.- le dijo Shy.

- ¿Te... te... te gusta?- le preguntó Charlotte tímidamente.

- Sí, mucho- le contestó Shy mientras le sonreía tiernamente.

Charlotte estaba a punto de desmayarse. Por lo que no cabía ninguna duda de que Charlotte estaba completamente enamorada de él.
Empezaron a trabajar su amistad, y Shy llegó a ser el único y mejor amigo de Charlotte. Pero duró poco, porque Shy desapareció pocos días después sin dejar rastro. Charlotte estaba deprimida, traicionada, enfadada.
Desapareció durante tres meses, hasta que en una noche, Shy llegó a la casa de Charlotte. Empezó a tirar piedritas a su ventana con tal de despertarla. Y lo consiguió.

- ¿Shy? ¿Pero qué haces aquí? ¿Por qué desapareciste de esa manera?- le preguntó Charlotte.

- He venido a buscarte, Charlotte. Quiero que vengas conmigo.- le contestó Shy tristemente.

- ¿Para qué?- le preguntó Charlotte enfadada.

- Quiero que... veas una cosa.- le contestó Shy agachando la cabeza.

- ¿El qué?- insistió Charlotte.

- Ya lo verás...- le dijo Shy.

- Está bien... ya bajo.- le dijo Charlotte después de unos segundos de silencio.

Cogió su abrigo de cuero negro y sus botas grises de goma. Bajó en silencio para no despertar a nadie. Cogió las llaves y salió cuidadosamente.

- A ver, ¿Qué es esa cosa que me quieres enseñar?-le preguntó Charlotte, pero sin obtener respuesta.

De repente, Shy la cogió en brazos y corrió hacia el interior del oscuro bosque.

- ¡Aaaaaaaaaaaaaah! ¡Suéltameee!- le ordenó Charlotte asustada.

- ¿Estás bien?- le preguntó Shy mientras la bajaba.

- ¡Oh, claro! Mejor que nunca.- le contestó enfadada mientras intentaba peinarse con las manos. - ¿Y bien?- le preguntó a Shy.

Shy, se quedó callado. La miró fijamente en los ojos, se acercó, le acarició el brazo y la besó. Charlotte estaba alucinando. <> pensó.

- Quería despedirme de ti.- le dijo Shy.

- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Te vas?- le preguntó Charlotte sin enterarse de nada.

- Sí, porque...- se quedó callado. – Soy un peligro para todos.- dijo seriamente.

- ¿Pero qué dices, Shy?- le preguntó Charlotte.

- Tú no me conoces. Lo siento Charlotte.- le contestó tristemente.

- Y... ¿a dónde vas a ir?- le preguntó Charlotte.

- Al infierno. Y tú vas a llevarme ahí.- le contestó Shy mientras le entregaba un puñal que llevaba en su bolsillo. –Te quiero, Charlotte.- le confesó.

Charlotte se quedó espantada, muda. De pronto, Shy se alejó unos pasos, miró hacia la luna llena y empezó a gritar. Se estaba convirtiendo en un hombre lobo.
Charlotte estaba aterrorizada, tiesa, asustada, con las lágrimas que le corrían por la mejilla. Lo único que se le ocurrió fue correr. Y eso fue lo que hizo. Corrió todo lo que pudo. Sólo llegó a alejarse un par de metros hasta que se dio cuenta de que la bestia la perseguía. Corrió, corrió y corrió hasta que se cayó al tropezarse con una raíz que salía del suelo. Se intentó esconder detrás de un grueso árbol arrastrándose por el suelo. Escuchaba los pasos de Shy y sus escalofriantes aullidos. Charlotte, se acordó del puñal que le había dado Shy. Lo cogió y lo abrazó. <> pensó. Se levantó decidida esperando a que Shy estuviera más cerca para poder apuñalarlo. Y eso fue lo que hizo. Le apuñaló en el pecho, en el abdomen, en la pierna. Le apuñaló tantas veces que ya ni siquiera se reconocía su rostro.
Y allí, en el suelo, yacía el cuerpo mutante de Shy, totalmente ensangrentado. Charlotte empezó a llorar más que antes. Las lágrimas le salían como cataratas. Se tumbó en el suelo junto a Shy, mirando al cielo estrellado de aquella extraña, romántica, horrible e inolvidable noche de invierno.

- Se acabó con los chicos.- se dijo a sí misma.

domingo, 11 de abril de 2010

Redacción Semanal - Hollywood

Hollywood, la industria cinematográfica. La ciudad del glamour, la fama y el dinero. La ciudad donde viven las estrellas y acuden miles de personas para cumplir sus sueños y hacerse rico.
Las tres frases que dijeron las tres mujeres, expresan la cara escondida de esta maravillosa ciudad. La cara en la que sólo vales si pueden sacar provecho de tí, pero no como persona, ya que, prácticamente, no les importas nada ni a los fotógrafos, ni a los directores de cine, etc.
Muchas de las personas que no han tenido éxito acaban prostituyéndose sexualmente, actuando en películas pornográficas o trabajando en bares. Y en cambio, el pequeño porcentaje que sí lo consigue, tienen fama y dinero.
En Hollywood, el respeto queda olvidado como el alma de los famosos. Cuando un famoso muere, se graban películas sobre su vida, se hacen pósteres, camisetas y todo tipo de objetos en su memoria. Y mientras vive, sólo recibe quejas y críticas sobre su comportamiento, su ropa, sus relaciones amorosas... Y todas estas críticas hartan a los famosos, y algunos comienzan a consumir drogas, o incluso, suicidarse. Como, por ejemplo, Michael Jackson o Elvis Presley.
Las mujeres que dijeron las frases, han pasado por esto. Como Marilyn Monroe, que era una sex-symbol, y que empezó a tomar pastillas para aguantar su dura vida. Hasta que acabó muerta, pero no se sabe muy bien cómo...
Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, porque, a veces, los deseos pueden llegar a convertirse en pesadillas. Y que hay que valorar más los valores humanos, y no hay que compararse con los famosos.